domingo, 2 de enero de 2011

El gigante y el guisante.

Había una vez una basta extensión de terreno, rodeada por un hermoso lago de aguas cristalinas, estaba gobernada por un gigante. Ted, que así se llamaba, era el típico gigante grande, verde y de gran corpulencia que aparece en todos los cuentos populares, también era el dueño de la mayoría de las tierras del reino. Éste obligaba a los ciudadanos a trabajar de sol a sol en dichas tierras para poderse alimentar.
Los campesinos, debían darle la mayoría de la cosecha recogida, por lo que no tenían casi ni para comer ellos. Cuando no recogían lo que al gigante le parecía necesario, se comía a un miembro de la familia, para que les sirviese de escarmiento a todos los demás.
Ted creía que era el gigante más afortunado de todo el mundo, creía que nadie podía ser más feliz que él. Un día, cuando estaba comiendo se atragantó con un guisante. Todos sus sirvientes, intentaron sacárselo pero al no poder, el gigante decidió mandar un comunicado al pueblo, diciendo que quien fuese capaz de sacarle el guisante recibiría todas sus tierras y todas sus riquezas como recompensa.
Mucha gente se presentó en el castillo para intentar que Ted escupiese el guisante. Unos probaban dándole golpes en la espalda, otros con pequeños golpes en la boca del estómago pero al ser tan grande nadie consiguió el objetivo. Pasaban los días y el gigante comenzaba a agonizar.
Hasta que un día, apareció un pequeño niño, con vestimenta de un campesino pobre, tenía tan solo 10 años y se llamaba Fer. Era bajito, con unos grandes ojos negros, pelo negro y la piel sucia de no haberse duchado en unos cuantos meses Al principio, el gigante sintió desconfianza por un niño así, sin embargo, no le quedaba otra opción, ya que habían pasado por allí todos los hombres del pueblo desde el más fuerte hasta el más flaco, desde más viejos hasta el más joven, todo el mundo lo había intentado sin éxito. Fer, hizo a Ted tumbarse en la cama y descalzarse, cogió una pluma de pato y comenzó a hacerle cosquillas por la planta del pie, hasta que estornudó y sorprendentemente, el guisante salió disparando, quedando a salvo.
El gigante, como había prometido, le ofreció todas sus tierras y toda su fortuna pero éste le dijo que no lo quería, porque él no lo hacía por dinero, sino para que el pobre gigante no sufriese más, dándole a entender que lo más importante no es la riqueza ni el dinero, sino el bienestar de los demás. Desde ese mismo momento, el gigante se propuso ser más generoso y no devorar a nadie más. A partir de ese día, los aldeanos no pasaron hambre nunca más.
Ted conserva en el techo de su habitación una pequeña mancha verde que  le recuerda el día en el que pasó de ser un avaro a tener un gran corazón acorde a su tamaño.      

No hay comentarios:

Publicar un comentario